Por Luis Felipe Sapag
Desde que el capitalismo se impuso como sistema cultural y productivo, el rol del Estado es el centro de las discusiones políticas y económicas de las sociedades. Hasta entonces, las estructuras feudales que aún persistían solo requerían la legitimación de las armas y la sumisión religiosa. En su disputa contra las resistencias aristocráticas al nuevo orden liberal, los ideólogos de la producción en manos de pocos dueños crearon el mito de una “mano invisible” que ordenaría los mercados y generaría el máximo de riquezas, siempre que el Estado permaneciera ausente, solo garantizando el orden.
La ilusión opuesta, el gobierno como único dueño y planificador, también fue dañina: siempre que alguno de ambos dogmas se impuso, la humanidad sufrió horrores. La experiencia es clara: según la cultura de cada pueblo, las formas institucionales que generan mayor crecimiento y menos desigualdades son combinaciones de libertad de producción con participación social y democrática a través del Estado, que interviene para controlar, pero también para guiar los mercados, fijar precios y sustituir la iniciativa privada cuando esta es insuficiente, ineficiente o no sustentable.
En Neuquén sabemos que los grandes capitales no arriesgan en las zonas alejadas de los centros urbanos, salvo para producir materias primas baratas y sin dejar beneficios en sus alrededores. Sabemos también que cuando los gobiernos nacionales invirtieron (la antigua YPF, represas hidroeléctricas), no lo hicieron pensando en el desarrollo regional, sino en cubrir déficits energéticos al menor costo posible. Hemos acumulado experiencia, tecnologías y recursos humanos capaces de instalar una estrategia de desarrollo provincial en los frentes factibles: gas, petróleo y minería; forestación, turismo y artesanías; energías alternativas y tecnologías de la información. Los hidrocarburos generan flujos de gran envergadura y en ellos se centran las políticas de captación de rentas que permitirán financiar fondos de inversiones, de jubilaciones y de prestaciones sociales. Siendo ese el objetivo que viabiliza los demás, se trata entonces de incrementar las capacidades propias en educación, ciencia y tecnología, incentivar inversiones privadas, consolidar los sistemas de viviendas, salud y educación, y sostener nuestra identidad cultural.
El futuro de Neuquén se juega en la consolidación de un Estado provincial participativo y productor. El debate democrático definirá las vías adecuadas para ese objetivo estratégico.