Ensayo sobre la Historia Cultural, Política y Económica del Neuquén Moderno

Este bosquejo es parte del Documento de Investigación del Plan Pehuén. Contiene mi visión sobre la historia de Neuquén y me pareció conveniente  resaltarla por separado.


La obra del MPN hasta la globalización

 

De la marginación al desarrollo

Vivimos en un régimen colonial 
dependiente de la Capital Federal.
El Federalismo no puede ser una palabra hueca
y en Neuquén no puede haber hijos y entenados.
FELIPE SAPAG (1.963)
Somos peronistas,
pero nos hemos puesto los pantalones largos.
Ningún burócrata porteño nos va a dar órdenes 
sobre lo que tenemos que hacer en Neuquén.
ELIAS SAPAG (1.973)
El Movimiento Popular Neuquino y Felipe Sapag
son un caso único de neoperonismo exitoso.
VICENTE PALERMO

 

Prehistoria: del saqueo colonial a la marginalización dependiente

Sin la comprensión cabal de la historia no se puede analizar el presente ni hacer proyecciones sobre el futuro. Si no se conocen las tendencias principales de la evolución de un pueblo no se pueden corregir errores, evitar peligros, aprovechar oportunidades y fortalecer potencialidades. Para nuestro objetivo de diseñar un plan de desarrollo social para Neuquén debemos indagar en las trayectorias que nos trajeron hasta el presente, no sólo recordando fechas y hombres ilustres, sino utilizando metodologías sociológicas adecuadas que permitan el diagnóstico y la terapéutica.
Se estima que el hombre entró en América hace unos 15 mil años y rápidamente llegó a lo que hoy es Neuquén. A la llegada de los españoles nuestra tierra fue testigo de escuálidos grupos de cazadores – recolectores en constante movimiento desde Pehuenia, lugar de los frutos sagrados, a la confluencia del Río Limay con el Neuquén, buscando refugio invernal y siempre acechando al guanaco, fuente de proteínas y de pieles. Al conocer al hombre blanco sus vidas cambiaron vertiginosamente: el contacto con el caballo, la vaca, la oveja y el trigo impactaron en su cultura con inusitada rapidez. Entre los circuitos comerciales que se organizaron bajo la administración colonial, sobresalió Potosí y su producción de plata. En el siglo XVII su población era igual a la de Londres, máximo centro urbano del mundo occidental. Muchos autores afirman que sin el metal de Potosí hubiera sido imposible la acumulación primitiva que originaría el sistema capitalista. El hoy suelo argentino creció a costa de esa actividad, proveyéndole verduras, caballos, mulas, tejido, carruajes y otros insumos. La Pampa Húmeda era un lugar mísero e indeseado, ya que el verdadero desarrollo ocurría entre Jujuy y Córdoba. Curiosamente Neuquén disfrutaba de la bonanza de Potosí, integrándose a Chile como proveedor. La nación trasandina se especializaba en la producción de trigo y para ello destinaba la totalidad de sus valles centrales. ¿Pero cómo se abastecía de suelas, tasajo, sebo, velas, sal, y otras especialidades, si no las poseía? La respuesta está en la historia del Neuquén (Alvarez, 1.971 – 1.991). Los españoles dominaron y sometieron rápidamente a los distintos grupos de aborígenes, hasta toparse con los territorios inexpugnables del Bio – Bio y sur de Mendoza, donde quedó delimitada una frontera de singulares características, con períodos de intensas guerras intercaladas con dulces años de paz.
Los mapuches se dividieron en dos etnias: los huiliches al sur del Río Agrio, belicosos e indomables; y los pehuenches al norte, llamados así por la preponderancia en su dieta de los piñones, que se ubicaron en los valles menos accesibles y lograron mantenerse gracias a una alianza con los españoles de Mendoza, que periódicamente les ayudaron con campañas militares tendientes a contener a los huiliches. Los pehuenches se desarrollaron rápidamente como diestros ganaderos y comerciantes, mediante relaciones con los aborígenes de la pampa húmeda y las salinas. Las relaciones entre las tribus a ambos lados de los Andes oscilaron entre guerras, alianzas matrimoniales y emprendimientos conjuntos. Gigantescos arreos de ganado bonaerense dibujaron las rastrilladas que conducen al norte neuquino, lugar de engorde previo al traspaso cordillerano. Cronistas de la época relatan sobre caravanas de hasta mil mulas llevando sal a Chile por el hueco de Antuco. En el norte de Chos Malal el cementerio de Caepe Malal, que data del siglo XVII, con ajuares y ropas europeas de moda, es prueba de la prosperidad económica y los vínculos con la corona española.
Las guerras de la independencia no modificaron los circuitos comerciales neuquinos. Hacia 1.840 Chile logra la pacificación y consolida su unidad territorial, Potosí se agota y deja de ser rico, pero el trigo chileno abastece las costas del Pacífico, fundamentalmente el oeste de USA, donde tampoco faltan cueros, tasajo y sebos del Neuquén. Sobre nuestro territorio aparecen estancieros ingleses que arriendan a los pehuenches, como la familia Price en Varvarco. Lo que fue el Virreinato del Río de la Plata se desintegra, Buenos Aires deja de ser una humilde aldea, su alianza con el imperio británico y el usufructo monopólico de las rentas aduaneras la hacen cada más dominante, el resto de las provincias cada vez más deprimidas pretenden una Argentina confederal que languidece sumida en una larga guerra civil. Entonces Inglaterra optimizó su modelo productivo, se transformó en la fábrica del mundo y absorbió materias primas de las antiguas colonias, como lana de la pampa húmeda. Hacia 1870 el frigorífico surge como nueva realidad tecnológica, ya Inglaterra puede darle a sus trenes un destino más rentable que la cría de vacunos. Los estancieros bonaerenses deben especializarse en Shorton y Hereford, pero surge el problema de la ubicación de los planteles Merinos. Desde ese momento la Patagonia comienza a ser tenida en cuenta.
En 1880 la República Argentina fue una realidad, Buenos Aires impuso su modelo centralista y bajo su tutela nació una burguesía nacional agroindustrial y exportadora. El territorio quedó definitivamente delimitado y se fortaleció el monopolio nacional en el uso de las armas. El General Roca fue el símbolo del nuevo país oligárquico y forjó sus blasones con la ocupación de la Patagonia, emprendimiento proveído y financiado por la Sociedad Rural Argentina. Los Mapuches del Neuquén cayeron trágicamente ante las armas de repetición, haciendo inevitable el exterminio de las etnias del Pehuén. Su modo de producción colisionaba con el de la naciente república y su gente no era necesaria para proveer mano de obra asalariada. La Patagonia fue adquirida por los mismos dueños de la Pampa Húmeda y la producción lanera pudo así coexistir con la industria de la carne. En ese proyecto quedó afuera Neuquén, con gran parte de su territorio sobreviviendo mediante el comercio con Chile, algunas actividades a escala local y con precarios niveles de subsistencia. Un pasado de grandeza desapareció con las nobles etnias originarias, los nuevos habitantes carecieron de derechos ciudadanos y el lugar que una vez fue el paraíso se convirtió en un lugar maldito, con niveles supremos de marginalidad, pobreza y soledad.

Provincialización más MPN: la gran bifurcación

Hasta mediados del siglo pasado la Provincia no tuvo un proyecto de desarrollo adecuado a sus recursos naturales y humanos. El patrón agroexportador que prosperó en la Argentina con la hegemonía de los propietarios terratenientes junto a los intermediarios financieros y comerciales exportadores, en alianza con las fuerzas armadas que se habían convertido en garantes políticos del modelo, no fue capaz de crear una alternativa productiva para Neuquén. Las restantes provincias patagónicas pudieron ligarse mediante la explotación lanar extensiva, que permitió “desmerinizar” la Pampa Húmeda para abrir el espacio a las nuevas variedades vacunas (Colantuono y otros, 1.995). En cambio nuestra provincia no tenía condiciones para convertirse en una extensión eficaz del poder portuario, por lo que la ocupación de las instituciones nacionales se limitó a lo necesario para asegurar la soberanía frente a la amenaza de expansión trasandina. Los poderes nacionales no tuvieron o no supieron crear un proyecto para Neuquén, luego de la mal llamada “conquista del desierto”.
Consecuentemente Neuquén mostraba nada más que prolongaciones de unas pocas instituciones centrales: el gobierno territoriano, el Ejército Argentino, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Ferrocarriles Argentinos y Parques Nacionales. Eran entes que actuaban localmente como enclaves “extranjeros”, es decir, tomaban parte del territorio, montaban sus infraestructuras, establecían sus representantes y desarrollaban sus actividades, dejando muy poco valor agregado en la localidad (Cardozo y Falleto, 1.967 – 1977; Favaro, Masés, Ozonas y Taranda (Compiladores), 1.993). La sociedad local se desarrolló en derredor de los enclaves sin poder incidir sobre su conducción y sin poder incluir a todos los habitantes y a todos los territorios interiores en los beneficios de estar vinculados a esos poderes centrales. La agricultura intensiva de frutas de pepita en las cercanías de la capital también tuvo características dependientes, ya que la producción estaba muy disgregada en una gran cantidad de productores minifundistas, mientras el empaque y la comercialización se realizaba en Río Negro, sin ningún control por parte de aquéllos. Hubo cierto desarrollo de las fuerzas productivas, pero de manera marginal, es decir, sin poder convertirse en la corriente principal del crecimiento. Ellas fueron las antiguas labores productivas agroganaderas, muchas de ellas precapitalistas, y actividades comerciales que tomaron alguna magnitud en Zapala y Neuquén Capital. Por lo tanto no se verificó el surgimiento de una clase capitalista inversora y autónoma, que desarrollara las potencialidades productivas de nuestros recursos naturales y una industria derivada de ellos. Las consecuencias políticas y sociales de esa carencia se harían sentir a lo largo de toda la historia neuquina, hasta el presente.
La provincialización de 1.957 y la aparición del liderazgo político del MPN en 1.961 constituyeron en conjunto una gran disrupción positiva en la historia de Neuquén. La primera fue la llave para que el Territorio olvidado y postergado se convirtiera en un sistema social con estructura compleja, con capacidad de autoconstrucción de sus elementos y con control sobre ellos. Desde entonces los límites políticos fueron realmente fronteras que definieron ámbitos operacionales eficaces para la reproducción ampliada de la nueva formación social. La segunda otorgó una sólida identidad a la sociedad neuquina, pues resignificó el contenido de la palabra “nosotros”, enfrentó a adversarios definidos por los intereses centralistas de la Pampa Húmeda y propuso un proyecto ambicioso a largo plazo. Esas circunstancias permitieron un proceso de acumulación económica y social que llevaría al despegue provincial, diferenciándose nítidamente del estancamiento nacional verificado en la segunda mitad del Siglo XX. Un territorio despoblado y con características de subsistencia lamentables, en pocas décadas se convirtió en una provincia poderosa, con población joven en crecimiento constante, bien educada, con buena salud y con gran participación política y social. En el ascenso superó a la mayoría de otros distritos que antes estaban por delante en los indicadores, dejando atrás no sólo a los antiguos creadores de la República, sino también a los de reciente incorporación junto a Neuquén, como Río Negro y Chaco.
El MPN fue mucho más que un partido político creado para legalizar la participación peronista, puesto que fue capaz de crear, por primera vez, una hegemonía local con actores hasta ese momento fuera del diseño del poder, llenando el vacío de la ausente clase capitalista inversora o burguesía provincial y creando una nueva identidad de proyecto que hizo crecer a Neuquén por 30 años. Nació de una alianza entre comerciantes y agricultores, la mayoría del interior, y los grupos obreros más organizados de la época: petroleros de Cutral Co – Plaza Huincul y ferroviarios de la capital. El primer sector, del que formaba parte Don Felipe Sapag, a posteriori gobernador de Neuquén en cinco períodos, contenía comerciantes y corredores del interior provincial, hijos de inmigrantes libaneses, españoles e italianos. Habían realizado experiencias políticas como concejales e intendentes de las comunas que poseían más de 5 mil habitantes, las que en el régimen del Territorio Nacional podían elegir sus autoridades democráticamente. El aislamiento en que se desenvolvieron creó en ellos la confianza sobre su capacidad para generar proyectos independientes. Junto a sindicalistas y peronistas de la capital, se abrieron paso en la encrucijada política por la que atravesaba el país y en contra de los partidos que representaban a un esbozo de oligarquía neuquina formado por burócratas del estado nacional, terratenientes y comerciantes urbanos, nucleados en el radicalismo y la democracia cristiana. Lograron democráticamente el poder provincial en 1963, encontrando una provincia con todo por hacer, con pocos recursos humanos y materiales, pero con ideas claras sobre lo que querían (Sapag, Felipe, 1.994). Como resultado del nuevo poder político en menos de 10 años se crearon sofisticadas instituciones gubernamentales e infraestructura, las que cambiaron las condiciones de vida de la población: recaudación de impuestos locales, coparticipación de impuestos nacionales y percepción de regalías petroleras; creación del banco provincial y leyes de promoción de inversiones; estructuras de salud y educación; universidad provincial; obras sociales; entes ejecutores de viviendas y caminos; nuevos municipios; empresas estatales de forestación, minería y aviación; y entes de apoyo a la producción.
La provincialización abrió las puertas para que los neuquinos, liderados por el MPN, utilizaran su talento e iniciativa para crear una sociedad distinta. A fin de analizar esa sociedad científicamente es necesario auscultar lo sucedido en los cuatro niveles de su estructura.

Condiciones materiales: servicios, industrias y urbanización

Si bien no hubo cambios en las condiciones materiales en lo rural y en los campos petroleros, el nuevo contexto político e institucional condujo a un fuerte proceso de urbanización en las principales ciudades del interior y de concentración poblacional en los derredores de la capital. Se puede apreciar mejor la potencia de esta dinámica cuando se nota que en 1.961 la tasa de urbanización de toda la Argentina era del 84 %, mientras que Neuquén había alcanzado en poco tiempo nada menos que el 90 % (Colantuono y otros, 1.995). Este es el indicador más notable del gran papel que comenzaron a jugar las actividades de servicios, de poco peso en las etapas anteriores y preponderantes en la que ahora estudiamos. Todo ocurrió en sincronía con un notable incremento en la población, causado por la disminución radical de la mortalidad infantil y mejoras en las condiciones de salubridad, sumado a un masivo fenómeno de inmigración desde países vecinos y otras provincias. En 1.960 la provincia contaba con 109.890 habitantes, 154.570 en 1.970, llegando a 243.580 en 1.980. El promedio de crecimiento en esos 20 años fue nada menos que del 4,1 % anual y acumulativo, mientras que el país se estancaba en un escaso 1,4 %. La otrora más pujante Río Negro lo hacía a un ritmo del 3,4 %, también alto, pero bastante por debajo de Neuquén.
Contribuyó fuertemente a los fenómenos de urbanización y crecimiento poblacional el nacimiento de un desperdigado sector industrial, marcado por la heterogeneidad de los actores con propensión a invertir: por un lado YPF con su destilería en Plaza Huincul y otras instalaciones menores; por otra parte el estado provincial creando infraestructura de parques industriales, promoción económica e inversión directa reproductiva en turismo, agricultura y otras actividades no usuales como artesanías y minería; y finalmente el sector privado, que concretó algunas instalaciones en áreas como cerámicas, cemento de Pórtland, metalmecánica y agroindustrias.
Paralelamente, las grandes represas hidroeléctricas trasformaron la geografía física y económica de manera drástica. El agregado de enormes lagos en el eje de los caudalosos ríos Limay y Neuquén significó el nacimiento de un nuevo enclave nacional en la provincia, que movió significativamente la matriz regional de insumos y productos debido a las enormes inversiones, a las regalías aportadas al erario provincial, al empleo creado temporariamente y a actividades conexas que fueron creciendo en su periferia. Como en el caso de los hidrocarburos, la base geológica de Neuquén posibilitó el surgimiento de actividades de inmenso valor. En ambos casos el poder decisorio fue y sigue siendo externo, pero las consecuencias ecológicas, sociales y culturales, casi todas desfavorables, han repercutido internamente. Ya lo dijo el poeta: las vaquitas son ajenas, las penas quedan para nosotros.
La concentración de flujos económicos, instituciones y población en la nueva capital creó una estructura de profundas desigualdades sociales y territoriales que se conservan en el presente, pero ello no debe ocultar que el nuevo sistema de bienestar social sostenido por el estado neuquino elevó considerablemente las condiciones de vida del interior provincial, caracterizado por formas precapitalistas de trabajo. Es decir, los viejos modos de producción no desaparecieron e incluso se vieron beneficiados, creciendo en forma absoluta aunque bastante menos que el promedio, por una acción gubernamental que lideró una nueva vinculación a la formación social. Mientras que la tasa de crecimiento de la provincia fue del 4,1 % anual en esos años, la de la capital superó el 6 %, en tanto el interior más alejado lo hizo al 1,7 %, un poco más que la media nacional (Colantuono y otros, 1.995). Luego de 70 años de postergación y despoblamiento, el interior neuquino volvía a tener una evolución positiva. Estos números sugieren que durante esa etapa la nueva formación social fue capaz de impulsar un desarrollo dependiente pero de gran dinamismo, llevando los parámetros sociales de su zona más concentrada muy por encima del promedio del país, mientras que los de su propia periferia se igualaron con éste.
Para disponer de una visión certera de la estructura social que supo madurar la provincia, conviene hacer el listado de clases y subclases que hacia 1.990 compartían el lugar donde estuvo el paraíso:

– Propietarios de industrias grandes, todos absentistas. Petroquímicas, cerámicas y agroindustrias compartían no sólo el carácter lejano del poder, sea estatal nacional o privado, sino también la cualidad de responder a demandas que no eran locales.
– Pequeña y mediana burguesía poseedora de establecimientos industriales, comerciales y de servicios que nacieron para satisfacer las demandas de las fábricas nombradas y de los distintos entes estatales. A pesar de que solían formar parte de asociaciones junto a comerciantes y prestadores de servicios, su dispersión y tamaño no les permitió convertirse en actores con poder para influir en la marcha de la sociedad.
– Burocracias política y administrativa del estado provincial, que se diferenciaron totalmente y superaron en número a la anteriormente predominante burocracia estatal nacional con sede en Neuquén.
– Productores agropecuarios, divididos en varios subsectores: los dedicados a ganadería y agricultura extensiva; fruticultores y horticultores del Valle del Neuquén, con poco poder de capitalización e incapaces de cerrar el ciclo productivo con industrialización y comercialización, pero generando buena cantidad de empleos; y pequeños aparceros, muchos trashumantes, limitados a la subsistencia y con relaciones de producción comunitarias.
– Pequeños comerciantes y una creciente cantidad de emprendedores individuales que conformaron una vasta clase media urbana en las principales comunas neuquinas.
– Franjas de trabajadores creadas por la instalación de las nuevas industrias, que se sumaron a los sectores agropecuario, petrolero y ferroviario preexistentes. En general desperdigados, obreros y empleados no conformaron un poder proletario al estilo clásico.
– Empleados estatales provinciales de los sistemas educativo, de salud, de seguridad, de la administración central y de los municipios. Al igual que su patrón, el gobierno provincial, se diferenciaron de sus similares nacionales en suelo neuquino por su enorme cantidad, unos 25 mil al final del período.

En la taxonomía resaltan los vacíos: no aparecieron actividades productivas que utilizaran recursos naturales locales para satisfacer las demandas crecientes de una sociedad cada vez más numerosa y compleja. Ni la clase capitalista industrial neuquina ni la clase obrera que ella emplearía aparecen en el listado. Ello significa no sólo una insuficiencia económica, pues también condujo a debilidades políticas e ideológicas para la maduración de una sociedad autónoma.
Un párrafo aparte merece la situación mapuche. De manera similar al resto de los procesos sociales del hinterland neuquino, la provincialización significó una revalorización de su presencia. En Curruhuinca y Roux (1.993) se relata con crudeza y veracidad la profunda marginalización que sufrieron las reservas mapuches luego de su sangrienta derrota de fines del Siglo XIX. Acorralados en terrenos malos para la agricultura, sin apoyo estatal de ningún tipo, sin educación, culturalmente desvalorizados y sin esperanzas, las condiciones de vida durante muchas décadas fueron infames. En 1.964 el nuevo gobierno provincial del MPN, mediante el primer decreto de una serie que reconoció derechos básicos, entregó en propiedad a 23 comunidades mapuches vastos territorios que hasta 1.966 sumaron 215.000 hectáreas. A fines del siglo pasado sumaban 48 agrupaciones con 415.000 hectáreas. Además en todas ellas se construyeron caminos, escuelas, centros sanitarios y viviendas. Se les proveyó de herramientas, semillas, alambrados y elementos adecuados para su actividad productiva. Estos “soles de la novación mapuche” (Curruhuinca y Roux, 1.993) no significaron la resurrección definitiva de ese pueblo ni la justicia plena que le debemos los huincas, pero como esos autores, el primero de los cuales pertenece a un respetado linaje huiliche, resaltan que las medidas del gobierno provincial significaron la salvación de la raza, pues de lo contrario estaban condenados a la desaparición. Desde el punto de vista que abordamos en esta investigación, esa ruptura histórica significó el reconocimiento del pueblo mapuche como actor con identidad propia y una vinculación distinta de su modo de producción colectivista al sistema provincial. Sus condiciones materiales de producción y reproducción cambiaron rotundamente y esta última por primera vez desde la “conquista del desierto”, pudo calificarse como ampliada.

Estructuras económicas: el estado liderando la acumulación

La aparición de un nuevo actor, el estado provincial, con capacidad de conmover relaciones de producción y de crear nuevos procesos de acumulación, trajo profundas modificaciones económicas que impactaron a toda la sociedad. Por primera vez se consolidó un centro de poder local con vocación distribucionista, es decir, con funcionamiento distinto al de los enclaves de extracción de recursos naturales y de extensiones burocráticas del estado nacional. El protagonismo del estado provincial en el proceso de cambios fue excluyente debido al traspaso de las obligaciones en seguridad, salud y educación del estado nacional a su esfera. A través de la percepción de los impuestos provinciales de ingresos brutos, sellados y a la propiedad; de los nuevos derechos de coparticipación de impuestos nacionales y de la percepción de regalías hidrocarburíferas e hidroenergéticas, el gobierno neuquino adquirió rápidamente facultades de intervención para la creación de capacidad adquisitiva de la población y la formación de flujos de inversión con significación social. Estas nuevas posibilidades financieras locales, potenciadas por las regalías energéticas, un recurso inigualado en los demás distritos, hicieron que el gasto y la inversión públicos crecieran enormemente y permitieran el gran salto delante de Neuquén. Para dimensionar este relevante aspecto basta decir que en un año de ejecución fiscal típico como fue 1.984, Neuquén dispuso de 220 millones de pesos de 1.980 (el 9,5 % del total nacional, que fue de 2.311 millones) para su programa de desarrollo, mientras la Capital Federal captó 116 millones (5 %), Córdoba 264 millones (11,4 %), la Provincia de Buenos Aires 427 millones (18,5%), Río Negro 86 millones (3,7 %) y Corrientes 72 millones (13,1 %) (Palermo, 1.983). Es decir que con el 0,87 % de la población del país, Neuquén acaparaba casi el 10 % del gasto público del país. Un verdadero milagro basado en la riqueza de sus recursos naturales y la capacidad negociadora que su estado había alcanzado ante los poderes centrales.
La propensión desarrollista del MPN volcó esas nuevas posibilidades hacia la construcción de la infraestructura básica necesaria para el funcionamiento adecuado de los procesos de inversión. Caminos, energía eléctrica en voltajes industriales, comunicaciones, aeropuertos y todos los servicios esenciales fueron desplegados usando fondos provinciales en toda la provincia e integrando un sistema productivo que, si bien reflejaba las grandes desigualdades preexistentes, por primera vez puso a todos los actores a funcionar en conjunto.
Siguiendo el modelo de la planificación centralizada, muy en boga en la época, se creó un muy eficiente centro de análisis social, político y económico, el Consejo de Acción y Planificación para el Desarrollo (COPADE). Tuvo enorme éxito, basado en ideas claras sobre lo que se quería construir y en la continuidad en el tiempo de los esfuerzos. En la práctica, bien que no explicitado en su declaración de objetivos, el COPADE se constituyó en un ente de investigación y aplicación de innovaciones sociales, ya que de su coleto surgieron formas organizativas y asociativas para las comunidades neuquinas que funcionaron bien, tales como comisiones de fomento rural, redes de comercialización de productos vernáculos y varios parques industriales, además del diseño de la universidad local y de un sistema educativo descentralizado y participativo.
Las casi inexistentes posibilidades financieras para quienes deseaban arriesgar capitales, hasta entonces limitadas a unas pocas líneas de crédito agropecuarios del Banco de la Nación, se vieron súbitamente expandidas con la provincialización del Banco de la Provincia del Neuquén, que a lo largo de su historia ha cubierto las necesidades de todas las franjas productivas y de servicios, con atención preponderante a las pequeñas y medianas empresas.
La vocación de participar en la economía por parte del estado provincial se materializó en importantes inversiones en rubros de capital reproductivo, tales como una red de hoteles y hosterías; un ambicioso plan de forestación a través de municipios cordilleranos y la empresa estatal CORFONE SA; una línea de trasporte aéreo comercial, TAN SA; un ente para generación y distribución de electricidad tanto en voltajes de transmisión a distancia como para provisión domiciliaria, EPEN; una empresa de comercialización de hidrocarburos, HIDENESA; otra de minería, CORMINE SA; y una para la puesta en valor del arte mapuche, Artesanías Neuquinas.
Además los recursos energéticos de la provincia motivaron importantísimas inversiones del estado nacional, principalmente las grandes represas hidroeléctricas, la primera de las cuales fue El Chocón. Es importante hacer notar que además de algunas pocas firmas extranjeras dedicadas a la extracción de petróleo, no hubo inversión privada de envergadura. Ello significó que la generación de excedentes y su traslado hacia el centro nacional fueron realizados por estas extensiones del estado nacional: Hidronor SA e YPF. No obstante ser estatales, el diseño de sus funciones de producción fue similar al de cualquier enclave privado, con poca utilización de mano de obra, bajísimos costos de operación y altas ganancias gracias a la desvalorización compulsiva de los precios de los recursos naturales.
Los esfuerzos por parte del gobierno provincial destinados a la acumulación fueron potencializados con la promoción de un vasto sistema de reproducción ampliada de la base social, cuyos ejes fueron la instauración de un exitoso plan de salud, la ejecución de miles de viviendas para los sectores de menores recursos y un programa educativo que cubrió con edificios modernos todas las localidades y parajes rurales, aplicando un programa curricular con contenidos vernáculos. Algunos indicadores del formidable impacto del sistema de bienestar social son los siguientes: se construyeron 50 hospitales y muchos centros de atención médica; la tasa de mortalidad infantil bajó del 28 por mil en 1.965 al 8 por mil en 1.990; se construyeron más de 60.000 viviendas en 25 años; no quedó ninguna población ni paraje rural sin escuelas primarias; todas las poblaciones con más de 5.000 habitantes tuvieron su escuela secundaria; se creó la Universidad Provincial del Neuquén que pronto se convirtió en la Universidad Nacional del Comahue; la tasa de escolarización creció de menos del 50 % al 99 % y la alfabetización llegó al 98 %.
Como consecuencia, el PBI provincial creció fuertemente y de manera constante. En la década 1.970 – 1.980 aumentó con una tasa del 9 % anual acumulativa (Palermo, 1.988) y nunca bajó del 5 % anual durante todo lo que siguió del siglo pasado, lo que motivó que el PBI per cápita, a pesar del gran aumento poblacional, se haya incrementado en esos diez años el 41 %. En 1.996 ese indicador alcanzó a 11.300 U$S (COPADE, 1.997), muy superior a la media nacional que era de U$S 8.300 por persona.
Ahora bien, este desarrollo notable frente al estancamiento nacional no pudo ser homogéneo debido a la dispar e incompleta base social que promovió la inversión y a la concentración geográfica sobre la que se efectuó. Las capitalizaciones realizadas por el sector privado no podían incorporar a toda la masa poblacional en crecimiento debido a su carácter truncado. Al no existir una clase capitalista local con capacidad de acumulación industrial, no se generó un sistema con todos los elementos de una economía madura, con fortaleza para la autogeneración de empleo y riquezas, por lo que el estado provincial tuvo que hacerse cargo de las insuficiencias de la economía para responder a las demandas de la población. Lo que se logró en Neuquén fue la yuxtaposición de varios subsistemas: los enclaves nacionales, las inversiones estatales provinciales, los servicios, el comercio y, finalmente, las pequeñas y medianas empresas industriales de propietarios neuquinos que no podían mover las cifras de la matriz de insumo – producto por su pequeña envergadura y por el carácter liviano de sus producciones. Cada subconjunto manejó las cosas como mejor pudo, sin lograrse una coordinación sistémica que le otorgara más valor a la totalidad.
Este particular proceso de desarrollo de Neuquén tuvo entonces características paradójicas. Fue capaz de sustentar por décadas un fuerte aumento poblacional y económico con inclusión, prácticamente sin desocupación, erradicando todas las villas de emergencia y con servicios de educación y salud que sorprendían incluso a observadores de países desarrollados. Pero sus cualidades de desigual y poco combinado motivaron la persistencia de diferencias de ingresos: en 1.970 el porcentaje de población con niveles insuficientes tomó valores altos, el 40,2 % (Palermo, 1.988), aunque por debajo de la media nacional. En 1.991, cuando la globalización comenzó a hacer su obra, llegó al 47,3 % (Favaro, 1.999), denunciando un proceso de acentuación de la brecha social que no se detuvo hasta el presente.
¿Cómo es que con un producto per cápita tan alto con referencia a la media nacional no se pudo distribuir con más equidad? Las características de la formación social dan la respuesta. En primer lugar, los aproximadamente U$S 11.000 de producto personal es un promedio sobre el valor generado total, en el que la incidencia de los bienes extraídos por los sectores sociales con poder dentro de Neuquén pero instalados en la Pampa Húmeda es muy alta. Las políticas del estado nacional, respondiendo a los intereses del modelo agroexportador dependiente, siempre tuvieron la capacidad para imponer valores depreciados y la no industrialización en origen de los recursos energéticos provinciales. Los volúmenes de petróleo, gas e hidroelectricidad se contabilizaban en el producto geográfico, pero poco quedaba (y queda) en poder de los neuquinos: sólo las regalías, que se ubican en el 12 % del valor de los hidrocarburos en boca de pozo o del kwh en el transformador de las centrales eléctricas, más sueldos pagados, más algunos impuestos provinciales, más unos pocos gastos en la zona. La mayor parte del valor se transfería a los centros en donde se facturaba el valor agregado en trasportes, industrialización y beneficios, es decir, fuera de Neuquén. Podemos aproximar una medida de la exacción mediante el recurso de estimar la actividad real dentro de los límites provinciales, según la recaudación del impuesto a los Ingresos Brutos con que el erario local grava todas las transacciones en forma directa. Entre 1.988 y 1.990 se recolectaron un promedio de 25 millones de dólares anuales mediante este expediente (Sapag, Luis Felipe, 1.990). Al ser la alícuota del 2,5 % ello implica que la base imponible fue de aproximadamente mil millones de dólares por año. Se estima para la época una evasión y elusión altas, de alrededor del 50 %, lo que lleva la cifra de actividad al doble. Teniendo en cuenta los 360 mil habitantes de entonces, llegamos a una cifra de ingresos reales del orden de 5.600 U$S por persona, es decir, menos de la mitad de la cifra que surge midiendo el producto y no los ingresos.
La evolución económica desigual también impulsó una fuerte centralización poblacional en derredor de la capital. El poder estatal provincial se radicó en la Confluencia, las plantaciones intensivas crecieron en sus cercanías, el petróleo se desarrolló a pocos kilómetros del mismo lugar y casi todo el comercio circuló por ese acceso privilegiado a la provincia. Se había consolidado así la estructura de la periferia de la periferia, en la que el centro regional articuló a partir de entonces el modelo de acumulación, captación y traslado de excedentes hacia la Pampa Húmeda. Los números son significativos: mientras que en 1.960 los 16.738 pobladores de la capital representaban el 15,4 % del total provincial, en 1.991 habían ascendido a nada menos que 167.078, el 42,9 % del total. En conjunto, el Departamento Confluencia, que contiene a las zonas chacareras y el centro administrativo de la actividad petrolera, acumuló un impresionante 64,7 %, con más de 252 mil personas en un territorio que abarca menos del 10 % de la provincia.
Un aspecto positivo de esta aglomeración es la consolidación de un mercado de consumo de gran importancia, capaz de promover inversiones importantes. Además la existencia de una metrópoli de tanta importancia ha significado la captación de importantes funciones para toda la región norpatagónica. Neuquén capital es ahora el eje estratégico de desarrollo de una vasta región que no puede crecer sin sus servicios: educación, salud, finanzas, comunicaciones, arte, deportes y diversiones, todas actividades que en la región tiene allí su máxima expresión.

Instituciones y poder: fortalezas y debilidades

La soberanía efectiva del estado neuquino, con capacidad de retención de poder y medios económicos, trajo una complejización del cuadro institucional preexistente a la provincialización. Se constituyeron los tres poderes del estado mediante una Constitución Provincial de carácter progresista, bastante distinta a las usuales en otras provincias, tanto antiguas como nuevas. La diferencia más notable con respecto a las constituciones liberales de inspiración alberdiana radicó en el papel mucho más activo otorgado a estado provincial. Por ejemplo, la Carta Magna neuquina determina que sólo empresas estatales o cooperativas pueden explotar en concesión los recursos del subsuelo.
En pocos años Neuquén se transformó con la aparición de instituciones y entes de gran valor social: entre otros la legislatura, los servicios judiciales, el banco provincial, un ente de recaudaciones de impuestos provinciales, la obra social para los empleados estatales y una plétora de nuevas municipalidades que por primera vez tuvieron autoridades elegidas por sus ciudadanos. Pero además este proceso significó la implantación de un verdadero espacio neuquino, con identidad madura, con elevación de verdaderas fronteras y con capacidad de intervención sobre la propia realidad. Hasta entonces los límites geográficos eran sólo una indicación de la potestad de los interventores nacionales y muy poco más. A partir de la provincialización los neuquinos pudieron definir áreas propias de poder y defenderlas de las amenazas desde fuera de sus fronteras. Consecuentemente la ciudadanía podía definir su destino y manipular algunos de sus recursos en función de los proyectos propios. El liderazgo del MPN, al que Palermo (1.988) llamó “neoperonismo exitoso”, otorgó a Neuquén una identidad política independiente, bastante sorprendente dentro del concierto nacional de estructuras provinciales hegemonizadas por los grandes partidos nacionales. Esa libertad otorgó a Neuquén una gran capacidad negociadora con los gobiernos nacionales, lo que le permitió conseguir del poder central algunas decisiones trascendentes, tales como la instalación de la destilería de YPF en Plaza Huincul, destinada originalmente a Río Negro, la planta de agua pesada en Arroyitos y los diques compensadores de las grandes represas para prever crecidas y proveer de energía a la región.
En el lapso 1.957 – 1.991 el modelo neuquino constituyó un modo de desarrollo de las fuerzas productivas con fortalezas y debilidades claramente detectables, basado en el rol del gobierno local, como bien define el título de Favaro (1.999): “La construcción de un orden estatal”. Habiendo definido al concepto de modo de desarrollo como la manera en que una sociedad incrementa su productividad, el relato precedente muestra que en Neuquén la sociedad encontró la forma de aprovechar cada vez mejor sus recursos humanos y naturales a través del rol del estado provincial, principal gestor de proyectos e inversor en actividades de reproducción ampliada de la población (salud, educación, seguridad) y del capital (infraestructura económica, empresas productivas, innovaciones sociales). La estrategia estatal neuquina se definió por su interacción en dos frentes de operaciones políticas: por una parte el escenario creado por la presencia poderosa de las extensiones del estado nacional, emplazadas en reservas federales de tierras y recursos, en contradicción con las aspiraciones locales de crecimiento independiente; por otra la necesidad de mejorar las condiciones de vida de su población y aumentarla fuertemente para ocupar el territorio. Los enclaves energéticos nacionales captaban los mayores excedentes en beneficio del centro más desarrollado del país y Neuquén sólo pudo participar de la renta petrolera e hidráulica en la pequeña parte de las regalías, sin poder incidir más que marginalmente en las estrategias y las políticas del sector. Tampoco pudo hacer mella en la confiscación de los recursos turísticos, forestales y agropecuarios de los parques nacionales. Este modo de desarrollo constituye una “burbuja” no sostenible a largo plazo, dado que en algún momento la necesidad estratégica que tienen los poderes de la Pampa Húmeda y las empresas multinacionales de mantener la explotación de los yacimientos provinciales, indefectiblemente desaparecerá, ya sea por agotamiento de los yacimientos o por reemplazo tecnológico. Esta ha sido la fragilidad más grande del modelo, la de depender de las decisiones de inversión de potestades extravertidas.
La segunda debilidad operante ha sido la incapacidad de la sociedad para engendrar una clase capitalista en los sectores reproductivos, junto a su contraparte obrera. Falta en la taxonomía productiva neuquina la industria dirigida a la satisfacción de su propio mercado y a otras actividades motoras como turismo y tecnologías avanzadas. En contraste con otras provincias como Córdoba o Mendoza, que hospedan fuertes propietarios industriales locales, Neuquén sólo ha desarrollado una “pseudo clase capitalista” de comerciantes, constructores y operadores de servicios que no tienen ninguna capacidad de influencia a nivel nacional y escasa a nivel provincial. Las fábricas y establecimientos agroindustriales existentes no sólo pertenecen a dueños absentistas, también están dirigidas a satisfacer demandas foráneas: industrias cerámicas y petroquímicas, empaque de frutas y elaboradoras de vinos y jugos, todas dependientes de inversores y mercados foráneos, por lo que no sostienen subclases propietarias locales ni satisfacen consumos internos. Por lo tanto no existe la posibilidad de una alianza de industriales autóctonos con la clase obrera que haría posibles sus actividades y los ciudadanos que consumirían sus productos en el mercado interno, tal como existe a nivel nacional, con capacidad de formar poder y oponerse a otras formas de desarrollo dependiente (Aspiazu, 2.002).
Las fortalezas nacieron de la existencia de un esquema de inversiones estatales que dieron forma al sistema y de la capacidad de negociación con el poder central para impulsar algunas inversiones importantes. Pero ello también originó peligros que en la etapa siguiente luego de 1.990 se convirtieron en realidad: siendo el estado el principal inversor y distribuidor de la renta nació una tendencia a la disminución de la competencia y la voluntad de cambios, lo cual fomentaba el clientelismo, tanto de la pseudo burguesía como de los sectores de menores ingresos. La clave para sobrevivir y prosperar fue cada vez menos el esfuerzo, la iniciativa y la innovación, y cada vez más la capacidad para insertarse en el reparto del cuantioso presupuesto estatal provincial y del magro dispendio de los enclaves.
Ahora bien, si el estado provincial fue el que invirtió en desarrollo de la economía y en actividades productivas, ha sido porque la clase capitalista local no dio el salto adelante para asumir el liderazgo en la acumulación. La falta de vocación de un sector demasiado influenciado por las ideologías conservadoras del agrarismo argentino, a lo que se sumaron las difíciles circunstancias que atravesó el país durante el período, motivó que sólo tomaran posiciones en los rubros de la economía incapaces de crear poder por no ser reproductivos: el comercio, la construcción y los servicios colaterales.
Las franjas sociales del trabajo también sufrieron profundos cambios en su estructura, lo que determinó desplazamientos en su capacidad política. Mientras en el lapso anterior a la provincialización fueron más numerosos los obreros rurales y petroleros, con las nuevas realidades predominaron los empleados estatales en los estamentos educativo, de seguridad y de salud, junto a los empleados privados de comercios y servicios. Su elevado número hizo que acumularan poder sindical, lo que impactó en la capacidad de inversión del estado, disminuida por la puja distributiva.

Estructuras ideológicas: el federalismo como contradicción determinante

El MPN impulsó en la sociedad la conciencia de un conflicto esencial que afectaba su desenvolvimiento: el de las contradicciones entre los intereses locales y los nacionales, es decir, el Federalismo. Su mensaje colocaba esas divergencias por sobre las cuestiones que afectaban a los intereses del estado nacional, poniendo en segundo plano sus grandes discusiones, tanto la crisis económica y la endeblez del sector externo, como la antinomia “liberación o dependencia”. No fue el único partido provincial que ensayó la estrategia federalista, pero como señala Palermo (1.988), lo hizo con orientaciones ubicadas más a la “izquierda” que los de Corrientes, Mendoza y San Juan, de origen conservador, ya que creyó en el protagonismo del estado para lograr el crecimiento económico y el bienestar social, así como para la restauración de los derechos humanos violentados en las dictaduras militares.
El MPN de los comienzos provinciales supo construir las identidades según las tres vertientes que ya explicamos, según Castells (1.997), desarrollando las tres vertientes de pertenencias, de oposición y de proyectos. Se montó sobre las identificaciones básicas de Neuquén, es decir su historia, sus pueblos originarios y sus condiciones materiales excepcionales determinadas por su extraordinaria ecología. Pero además tuvo el enorme acierto de resaltar la disputa con el centralismo porteño, que olvidaba a los neuquinos y los marginaba de la participación ciudadana mientras extraía lo mejor de su subsuelo, para peor sin dar nada a cambio. El MPN enfatizó que los neuquinos éramos distintos al resto de los argentinos por historia, raza y pertenencias y que además éramos sometidos a una injusta expoliación de los recursos. Pero acto seguido, coronando el discurso, se hacía notar que teníamos suficiente habilidad como para arreglarnos solos y salir adelante mediante nuestros propios proyectos. El partido provincial interpeló a los nativos y a los numerosos inmigrantes que arribaban en tropel con un proyecto de crecimiento económico y social concreto, que rápidamente se mostró eficaz y exitoso. La propuesta prendió fuertemente, potenciada por el impacto de miles de nuevas viviendas, escuelas, hospitales, líneas de electricidad y fábricas, tanto que un antiguo poblador e historiador, Gomez Fuentealba (1.992) calificó a las novedades como “el milagro neuquino”. La enorme eficiencia y energía de la propuesta ha permitido que el MPN siga gobernando la provincia hasta el presente, aunque en los últimos años su orientación cambió hacia el neoliberalismo.
El peronismo criticó esta ideología desde el posicionamiento de la causa nacional, mientras que la izquierda lo hacía desde la proletaria. Pero sus propuestas de convertir esas contradicciones determinantes en consignas políticas no prosperaron frente a la del federalismo del MPN, que se mostró más adecuado para responder a las demandas de la comunidad. Mientras tanto las derechas, refugiadas en las clases pudientes de comerciantes, prestadores de servicios y profesionales, no lograban conformar alternativas políticas eficaces. Protestaban contra el estatismo, pero curiosamente eran favorecidas por el modelo que les permitió enriquecerse. Con los años, y más decididamente luego del retorno a la democracia en 1.982, muchos de esos miembros de la burguesía comercial y de servicios también se sumaron al partido provincial, lo que trajo consecuencias políticas al forzar el giro a la derecha que hoy la caracteriza.

Conclusión: los límites del modelo

El MPN y Don Felipe lideraron un lapso extraordinario en la vida de la Provincia del Neuquén, marcada por los siguientes aspectos principales:

  • Se dotó a la sociedad de una identidad de proyectos basada en el federalismo, única en la historia nacional.. Se colocó al estado provincial como protagonista principal del desarrollo, cubriendo el vacío que dejó la pseudo burguesía local.
  •  Desarrolló y complejizó las instituciones, convirtiendo a los límites territoriales en una verdadera frontera al dotar de fortalezas a la soberanía provincial.
  • Se promovió un esquema de inclusión con desarrollo económico, cultural y social, en el que la inmigración desde otras provincias y desde otros países jugó un papel importante.
  • La provincia quintuplicó su población y decuplicó su ingreso, fenómenos no encontrados en la historia nacional.

Pero el modo de desarrollo se mostró desparejo y con importantes desigualdades sociales y territoriales. La vigencia de la burbuja petrolera constituí