Elías, Felipe, Amado y José Sapag fueron exitosos en casi todo lo que emprendieron en la vida. En sus familias, en sus empresas y, como es notorio, en la política. Dotados de natural inteligencia, de carácter simpático y expansivo, la eficacia de su accionar se basaba en el trabajo en equipo y en la confianza social que sabían crear alrededor de todo proyecto que iniciaran. Ganaron cuanta elección municipal o provincial tuvieron oportunidad de presentarse y entonces no es de extrañar que su autoestima siempre fuera alta. Por ello, cuando a principios de los 70 evaluaron que la provincia de Neuquén no tenía un medio escrito que reflejara el proyecto de desarrollo que ellos lideraban, no dudaron: “Felipe, vamos a hacer el mejor diario de la Patagonia”, le dijo Elías a mi padre. Pusieron manos a la obra a su manera, con mucho entusiasmo, con la seguridad de que todo iría bien, pero con poca planificación. Construyeron un edificio magnífico en Fotheringham 445, que aún luce moderno, pero eligieron mal la tecnología: cuando amanecía la impresión offset, compraron una vieja impresora plana. No eran empresarios periodísticos, sino políticos apasionados. Ni siquiera pensaron en el diseño y en un análisis de mercado; solo reunieron varios periodistas y, ¡adelante!
Fue un fracaso. Frente al poder, la profesionalidad y la experiencia del diario de General Roca, el Sur Argentino poco pudo hacer. Si subsistió fue porque las pérdidas económicas eran solventas por la empresa madre de la familia. En 1976 traté de ayudar y dirigí la instalación de una rotativa offset, pero entonces la triste noche de dictadura destruyó la democracia y las esperanzas de todos; también se llevó a mis dos hermanos. No nos quedaban fuerzas, ni motivos. Cerramos el diario cuando estaban por comenzar los 80.
Con la vuelta de la democracia, se recuperaron el entusiasmo y los proyectos comunicacionales. De la experiencia anterior había quedado el edificio y la nueva impresora. ¿Qué faltaba? Una organización eficaz y adecuada tecnología de edición digital. En el año 1985 nos asociamos con Pedro Salvatori y otros empresarios, reunimos capital, buscamos buenos periodistas y, ¡adelante! Yo fungía de director y un joven contador, Marcelo Berenguer hacía maravillas con los números. No fue un éxito comercial, pero periodísticamente El Diario de Neuquén consiguió trascender en el tiempo. Allí se reunieron cronistas, escritores y fotógrafos de fuste. Vean si no (por orden alfabético, para no herir sensibilidades): Gerardo Bilardo, Gerardo Burton, Rubén Boggi, Víctor Candi, Héctor Castillo, Maki Corvalán, Jorge Fernández Díaz, Hugo Morales, Héctor Mouriño, Leonardo Petricio, Laura Plaza, Luis Sotoska, entre otros. ¡Ah!, también “Barullo” y “Catrasca”, fotógrafo de trinchera y diseñador de páginas, respectivamente, cuyos nombres oficiales nos hemos olvidado todos.
Digamos que lo del Diario de Neuquén fue un empate: subsistíamos pero no crecíamos, algo no del todo vergonzoso porque el monopolio del otro lado del río se esmeraba y nos superaba en recursos e infraestructura, especialmente en la distribución, una carísima actividad nocturna, dependiente de personajes difíciles y de lealtades precarias.
En algunas cosas éramos eficaces: teníamos buena información económica, lo que nos valió ser corresponsales de Ámbito Financiero, el diario de Julio Ramos, en aquellos años líder nacional en esa especialidad periodística.
Para salir de la meseta en que estábamos, en el año 90 tuve una iniciativa: le propuse a Ramos trasmitir Ámbito por satélite e imprimirlo para toda la norpatagonia. Hoy puede parecer obvio, pero hace 20 años era una propuesta de avanzada. La idea le gustó, pensamos en armar una sociedad, pero luego nos ofreció comprar todo. Para entonces yo había perdido las elecciones internas del MPN y Felipe y Elías se habían disgustado. No era una buena época para mí y para mi padre, entonces no dudamos: así nació La Mañana de Neuquén.
Recuerdo que Julio Ramos me decía: “Usted no puede hacer un diario en Neuquén, porque no tiene más remedio que ser oficialista. Y el oficialismo no sirve en periodismo”. Pero el matutino que hizo el afamado editor, vaya a saber porqué, resultó más que oficialista. Lo cierto es que tampoco logró levantar vuelo, a pesar de las cuantiosas inversiones realizadas en el edificio, nuevas rotativas y profesionales competentes. En mi vanidad, pensé: “Si Julio Ramos no pudo replicar su éxito de Buenos Aires, bueno, tan malos no fuimos nosotros”.
Hasta que hubo un cambio. El paquete fue asumido por un grupo inversor local, con experiencia en la radio LU5 y con compromiso regional. Un grupo capaz de manejar un plan de negocios sustentable, con autonomía editorial y espíritu innovador. Por fin, una estructura de gestión con cualidades para disputarle una parte del mercado al gigante editorial de Río Negro.
No se crea que estos son halagos oportunistas, impostados para la ocasión del aniversario. Leo seis diarios digitales y en papel: al contrastar se nota el gran esfuerzo conceptual de sus cronistas y redactores, tras la originalidad y la precisión informativa. Sinceramente me satisface el enfoque noticioso y leer sus columnistas de nivel académico se ha vuelto imprescindible. Los espacios culturales son buenísimos y la sección económica un espacio donde lo federal, nacional y popular es asumido con calidad y profundidad. El diseño y la impresión: impecables.
En síntesis, el diario heredó lo bueno de las gestiones anteriores: de los pioneros, el foco y la devoción por Neuquén; de la eficiencia económica de los hacedores de Ámbito, la capacidad empresaria.
Así es, todos los que pasamos por allí dejamos algo. Finalmente, la profecía de don Elías se cumplió: en Fotherigham 445, el lugar por él elegido, existe un gran diario.