Lunes 27 de Agosto de 2012 |
Ultraambientalismo
Las siguientes reflexiones responden a las objeciones a mi nota «Crítica de la razón ambientalista» del Lic. en Filosofía Sergio Usero. Es muy común (y hasta esperable) que los militantes del antidesarrollismo no vean sus propias contradicciones, ya que su pensamiento posmoderno es fragmentario y relativista; se ocupan de la «microfísica del poder» y de los procesos «localizados». Son contestatarios en lo local y descreen de los cambios en gran escala, sea la revolución o la planificación del crecimiento, que serían «mitos totalizadores». Por ello resultan conservadores, lo que no es extraño, ya que se inspiran en la crítica «existencial» al tecnocapitalismo de Nietzsche y Heidegger (inspirador y exégeta del nazismo, respectivamente). Es imprescindible controlar a la gran minería, pues modifica profundamente la vida de las regiones donde se implanta; y para ello debe promoverse la participación de instituciones responsables para su control, con normas transparentes e inequívocas para el inversor y ejerciendo un efectivo control ambiental. Pero existen otros contaminadores que los eco-ultras dejan de lado, como la producción agropecuaria en gran escala y las industrias. Ejemplos: los automóviles consumen gigantescos volúmenes de recursos, emiten gases y son una de las principales causas de muertes por accidentes; las deposiciones de los ganados son una fuente importante del efecto invernadero; y las ciudades son los principales focos de contaminación y cambio climático. Las clases medias y altas disfrutan de niveles de consumo insostenibles a largo plazo; sin embargo, los eco-ultras no se movilizan contra el hiperconsumo, obviamente porque participan de él. Mientras protestan contra las explotaciones del subsuelo, en su vida y sus actividades políticas utilizan, sin culpas manifiestas, toda la aparatología construida con esos recursos, desde computadoras y celulares hasta medicamentos y servicios públicos, pasando por la depredación de los bosques por parte de las papeleras.
No admiten la posibilidad de que la propia tecnología encuentre las soluciones innovadoras para lograr el mínimo impacto y el mayor desarrollo económico y social. Soluciones en las que lo social es asimismo prioritario, como se demuestra en el proyecto aurífero de Famatima, que resulta inviable socialmente pues no se apela a la participación popular, se ponen en peligro bienes culturales y se deja la explotación en manos exclusivas de una firma extranjera. Allí se ignora que las condiciones para obtener la «licencia social» son dos: precisión tecnológica y participación popular a través de las instituciones democráticas. En este aspecto, recalco que la democracia es una construcción social que facilita la intervención popular en las decisiones públicas en igualdad de condiciones, al otorgar a cada ciudadano el voto y la libertad de formar instituciones participativas. El asambleísmo focalizado, eufemísticamente denominado «democracia directa», es inaplicable en sociedades numerosas, donde la información y la participación sólo se logran a través de medios de comunicación, redes sociales y el voto universal. Y es negativo cuando va en contra de las mayorías, dejando de lado a todas las sociedades afectadas e interesadas en dichas inversiones. V. gr.: Loncopué no puede decidir por sí misma el futuro minero de Neuquén.
Otra de las «verdades» fanáticamente sostenidas es la incapacidad del Estado; sin embargo, sin él sería imposible la insoslayable aportación ciudadana. Admitiendo que hay gobiernos inhábiles para regular y manejar a los vastos poderes transnacionales, sea por ineptitud, corrupción o políticas equivocadas, la dirección correcta no es la negación, sino el fortalecimiento de las capacidades de representación, planificación, reglamentación, información y control. A contracorriente del neoliberalismo (conservador) y del asambleísmo (ultraconservador), opino que el Estado debe liderar las cadenas productivas basadas en recursos naturales estratégicos, operando con empresas propias a fin de captar rentas y liderar la innovación. Gas y Petróleo del Neuquén SA es un ejemplo de prácticas a aplicar también en minería y agroindustrias. Por el contrario, en sus críticas los eco-ultras no ofrecen alternativas para atender las necesidades sociales y el crecimiento poblacional (no las tienen, dada su «ilógica» posmoderna). Supongamos la improbable situación (¡son políticamente fragmentarios!) de que toman el poder: ¿detendrían las actividades extractivas? Si así fuera, pronto estallarían desocupación, enfermedades y desastres sociales masivos. En este pequeño ensayo contrafáctico cabría imaginar una gran asamblea popular echándolos con escarnio.
En contra del nihilismo, soy optimista. La filosofía de la tecnología debe erigirse sobre principios de sustentabilidad ética: la modernidad ciertamente ha generado nuevos y graves problemas, junto con el crecimiento exponencial de la población (como las desigualdades sociales y los problemas ambientales); pero en los últimos dos siglos ha habido innegables avances en la calidad de vida de gran parte de la humanidad. La posibilidad de extender los beneficios a todo el mundo está abierta: las tecnologías implican aparatos que no piensan ni actúan por sí mismos; el problema consiste en cómo son desarrolladas y aplicadas. Bienvenido el disenso pero, si es serio, debe considerar los argumentos desde todos los ángulos que el tema implica. No alcanza sólo con objeciones cuyas conclusiones están planteadas de antemano.
(*) Doctor en Ciencias Sociales, ingeniero industrial y diputado provincial MPN
LUIS FELIPE SAPAG (*)